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/// Diario de Femijedi ///

Investigación sobre ficción de diario virtual caótica y nómada

Escrachar la heteronorma / Repudiar el fascismo

Publicada el 2018/04/10 - 2018/04/10 por Femijedi

«Pensamos que tenemos más cosas en común que las que tenemos», dijo una amiga, una de esas noches en las que hablamos del movimiento feminista y transfeminista y los problemas a los que nos exponemos todos los días.

¿El movimiento es una secta? ¿Se institucionaliza? ¿Está de moda? ¿Es realmente necesario escrachar la «heteronorma»? ¿Qué implica hoy la apostasía? ¿Por qué la protesta? ¿Volvieron los fascistas?

No, los fascistas siempre estuvieron: nos matan. La respuesta sigue siendo la misma: nos matan.

Pitaremos conspiraciones arañadas de los pelos de la sociedad de la miseria del Río de la Plata. Hay quienes se sacan los ojos por la foto con la pancarta pero nadie quiere hacerse cargo de las manchas de pintura en la Iglesia. Y no, nadie tiene que hacerse cargo porque nos representan a todas, porque representan las disidencias de la república oligárquica, porque los cuerpos anónimos son los más interesantes en las revueltas cuando no devienen sacrificiales. Exponen los restos de lo que queda cuando nos matan y hacen acción directa cuando la realidad nos sobrepasa.

#ConMisHijosNo #NoMeRepresentan

Y no. No queremos a sus «hijos». No pretendan sembrar el fantasma de los dos demonios y las potenciales grietas que se les ocurran para seguir legitimando la lógica patriarcal-capitalista de la competencia. Nadie quiere a sus «hijos», su rosado y celeste y toda su parafernalia de evangelización carismática sostenida en crear una monstruosidad para asustar y castigar las otredades. Nadie va a hacer nada con sus «hijos», de hecho muchas de nosotras no nos reproducimos porque hay demasiadas crías que la «familia» supo tirar a la calle cual cosa que no sirve. 

Nuestro tiempo, el que no depende de las agujas del reloj del tiempo cronológico de las religiones es caótico. Estas semanas he sido nómada entre las dos orillas del Plata, siempre lo fui. Habitar el saqueo en Buenos Aires hace que cada vez deteste más a la política de Macri. No a él, su política. Cabe aclarar porque al fascista le encanta decir estupideces gracias a su nula posibilidad de metaforización que lo sostiene en su burbuja dogmática. Al fascismo sólo se le ocurre ver la realidad a través de los ojos del amigo-enemigo, el fetiche de la evidencia, siempre sabe configurar una «escena del crimen» que lo favorezca. Tan lineal, tan predecible…

Vivir en las fronteras hace que la afectación de tener una triple moneda no pase desapercibida. La performatividad del lenguaje que hace que cada día más gente me diga «muy de izquierda» y Mirtha Legrand como matriarca mediática del Río de La Plata: más de cincuenta años y nadie se pregunta qué implica realmente estar «muy a la izquierda» y porque una mujer así puede seguir trabajando en televisión abierta.

Me pregunto qué querrán decir quienes me tildan de «radical» más allá de que sus privilegios se exponen vulnerados por mi pensamiento filosófico-político y mis prácticas artísticas. La «gente» desea pertenecer a la misma sociedad que la expulsa, desea que su Facebook se llene de «solicitudes de amistad» y «me gusta» de desconocidxs para inflar un imaginario del éxito absolutista del mérito y la gracia mercadotécnica virtual. La servidumbre y sus múltiples formas neoliberales de sumisión no deja de sorprenderme.

¿Se puede salir del juego de la representación política? No, carece de sentido preguntarse eso en esta coyuntura. ¿Representamos ficciones que nos coloca la Iglesia, el Estado y los gobiernos? Si. ¿Acaso no reproducimos esas ficciones cuando los espacios de discusión política -de la índole que sean- son hegemonizados por discursos de cuerpos «blancos», letrados, que sostienen banderas y privilegios burgueses? Si y, por eso, es muy difícil lograr vivir con tranquilidad, trabajo y dignidad en el Conosur.

Esas formas de institucionalización de la política se sostienen en la teatralidad de la exclusión social que la protesta misma pone a jugar en el espacio de lo público cuando se performa. Los bordes, la calle para marchar y la vereda para «transitar». «Transitar» la dramaturgia de una sociedad colonizada: hay un «nosotros» que nos construye como «ellas». «Las radicales, las institucionales, las abolicionistas, las regulacionistas, las ateas, las matriarcales, las latinas, las occidentales, etc.» Todas esas formas de representación que nos impone el proceso de institucionalización de un movimiento feminista y transfeminista que reboza total y completamente cualquier pretensión de someterlo a lógicas de competencia binarias. Nuestras marchas interpelan la «opinión pública» porque este país es muy careta y una denuncia o un escrache importa poco porque lo público y lo común no es considerado parte de lo cotidiano.

La «Suiza de América» resulta ser el país pacato-tapón de los ingleses en el que unas manchas de pintura -que hicieron arte político- generan la censura del arte callejero, mientras los fascistas utilizan la coyuntura para amenazar con denuncias penales y fagocitar la poca legitimidad de la legislatura para jugar con glam al «pegémosle a las feministas y la disidencia sexual» y así bajar línea política regional de derecha la más castrense. Un asco, nausea, nausea, nausea, gastritis-gastitis.

Me pregunto: ¿este territorio va a seguir apostando a callarse, a la servidumbre y la vigilancia, a la limosna y la miseria, a la violencia y el neoliberalismo en su avasallamiento patriarcal de todas nuestras libertades y derechos?

Vienen por todo lo que no represente su «supremacía» porque la anormalidad no es rentable, y nos lo vienen haciendo saber desde siempre. La violencia de la sumisión patriarcal del cilicio, ese juego masoquista legitimado en el marco del Opus Dei, es celebrada con el aplauso, exoneración de impuestos, más pasta base y múltiples prostíbulos de porno canibal. Y objetan consciencia, claro, es la forma legitima que tienen de gobernar nuestra medicina.

Hipócrates se estaría pegando un tiro frente a tanta gente que legitima el discurso de los «varones unidos» recolonizando el «nuevo mundo». Ese delirio místico de la conversión de las almas y la salvación frente a la disidencia sexual sólo ha servido para generar patologías a favor de laboratorios que se mueven al ritmo mercenario del mercado de la salud y legitimar violaciones correctivas. Se sostienen en discriminación, infantilización, expulsión, medicalización, medidas de sujeción física, tortura, encierro, suicidio, muerte. ¿Hay que aclarar más hacia dónde nos lleva delegar la democracia en manos de las empresas de salud de los religiosos capitalistas? Nos lleva hacia la muerte. Nos lleva hacia la disciplina, el control y la vigilancia. Nos lleva a estar dopadas frente a nuestras vidas. Paralizadas sin experimentar un segundo de aire. Nos lleva a «me van a internar», «me voy a internar», «me quiero matar».

No, no le regalo mi derecho a la libertad sobre este y cualquier territorio a quienes pretendan encerrarme donde sea. No. No. No. De lo único que puedo tener alguna certeza es que voy a protestar cuantas veces pueda y lo considere pertinente porque rechazo fervientemente la noción de libre arbitrio y defiendo las diferencias para vivir con más libertad y autonomía. Libertaria y cínica me han empezado a llamar mis amistades, más no anarquista. La igualdad es un camino de búsqueda política que impone la universalidad del sujeto y me oprime todo aquello que pretenda totalizar las formas de existencia que pueden acontecer en mi cuerpo. El devenir-pirata no se elige, es una forma de habitar y crear islas para sobrevivir más libremente. La violencia no es un problema político, el problema político es que los patriarcas fascistas imponen sus violencias sobre las diferencias para acallarlas y reducirlas a los bordes. Nadie elige el borde, nos exponen a los bordes y les queda más cómodo jodernos la vida que bajarse de su cómoda miseria gozosa en someternos, al menos así, «creen» que son «alguien» en su mundo de fantasías religiosas.

La filosofía delirante es patologizada por torta, trava, chongx, bi, inter y un largo etcétera de diferencias que deseo que atomice la lógica binaria hasta que no haya otra posibilidad que cambiar para respetarnos. Que se nombre lo que se silencia hasta que no haya necesidad de nombrar porque construimos un común más vitalista.

Discapacitadas y locas, ese es nuestro estigma. El encierro, la pastilla, el dolor no elegido, la basura cotidiana del burócrata lacayo del médico de turno que atiende al número de cédula en la sala de emergencia para darle la «medicación» frente al sumiso ostracismo del cuerpo que no puede agenciar otras posibilidades de existir con un apoyo social acorde a lo que le sucede a cualquier cuerpo desbordado por la violencia frente a la que sobrevive como puede en un mundo que no eligió.

El cuerpo sordo construido como otredad de un género humano mudo impuesto por el poder de la palabra del discurso médico-jurídico oyente y el trastorno del lenguaje que se impone como solución patológica para la existencia de una subjetividad devenida «pensionista» sin siquiera tener derecho a réplica. Sus diagnósticos nos juzgan las existencias y tenemos miedo a morir en vez de comprender que la muerte es necesaria para que cualquier vida encuentre su sentido.

Nos expulsan hacia las pensiones y nos discriminan todos los días. Usan las patologías como formas de insultos, de la «histérica» a la «bipolar», la «borde», la «psiquiátrica» y es un temor cuando la otra «dejó de tomar las pastillas» en vez de festejar que no las consume más porque ya no las necesita o, simplemente, desea buscar otras alternativas para su cuerpo.

¿Cuántas veces escuchamos realmente? Pocas, demasiado pocas frente a la fuerza mediática del poder fascista que nos enfrenta a tener que recordarles que patriarcas, racistas, inquisidores y colonizadores nazis son ustedes. Poca escucha frente a la realidad de los manicomios abiertos durante ocho años más, las extensiones banales de coberturas de internaciones pagas en los manicomios privados y más, más poder psiquiátrico de consumo de pastillas a disposición de los gobiernos de turno y menos, menos garantías de que la justicia tenga autonomía para la ciudadanía plausible de criminalización de la pobreza de nuestras locuras y la imposición del encierro como único ofrecimiento social para vivir en común.

¿Qué común estamos construyendo? Porque es obvio que la dignidad de una vida no depende de un peritaje médico y el crecimiento del poder médico es responsabilidad de la falta de autonomía y laicidad de la educación pública sexista y racista que permite que los «salvadores» sean quienes dominan el saber iluminista para que el cuerpo siga produciendo más patriarcado-capitalismo.

Y la rareza «a llorar al cuartito», a ser objeto de caza de brujas, de frivolidad y persecución mientras se compran la remera que dice «feminist» y van a couching ontológico para que el eletrochoque entre más suavizado y siga siendo la práctica habitual cuando alguien quiere darse muerte.

Y no, no existe, no tiene sentido la existencia y está bien que sea así. Suicidarte es un delito en una sociedad que prefiere que camines con torturadores a tu lado. Una sociedad tan teatral como pueblo colonial. La razón, la ilustración, la derecha rancia, la promesa progresista del desarrollo que no fue, el outsider de turno y la izquierda quien sabe dónde está. Mientras tanto, mucho discurso capitalista envuelto de snobismo que pretende la estabilidad a costa del encierro perpetuo. Nada más desconcertante que alguien que teja su propio chaleco de fuerza. Siempre vamos a estar en contra de cualquier abrazo de chalecos.

¿Cuántas personas están encerradas hace más de treinta años en instituciones públicas? ¿De qué son cómplices quienes me palmearon en la espalda dándome el «pésame» cuando el movimiento social antimanicomial perdió sus propuestas frente al lobby del poder médico, la religión y los laboratorios? Al menos tuve los ovarios de hacer algo para que no existan más los manicomios. ¿Qué hacen cuando les dicen que sus «hijos-hijas» tienen que «tomar pastillas» porque tienen un «trastorno»? «El psiquiatra le mandó la pastilla». No, no, no, vos se la das, hacete cargo de lo que haces con otra vida que depende de vos por unos años. Me tildan de «ortiba», si decir que cada persona que quiera tener cría debería estudiar seriamente los deberes y derechos que adquiere antes de tomar la decisión de engendrar es meterse con un tabú, entonces soy una ortiba. Los derechos de la niñez no le interesan a ninguna «familia» que tapa sus agujeros reproduciéndose gracias a los mandatos de género. Los abortos clandestinos en nuestro país existen porque un religioso tuvo «ganas» de «objetar consciencia», la otra opción es el abandono de las crías no deseadas o que no se pueden sostener gracias a la precariedad impuesta por el patriarcado-capitalista.

Tanto les interesa la niñez para que no nos metamos, pero no, no nos metemos, nos dedicamos a estudiar e investigar, creamos y escribimos,  denunciamos pederastas y violadores, escribimos leyes, salimos a la calles a protestar, prendemos fuego símbolos dogmáticos, hacemos apostasía de las religiones, huimos de las sectas, hacemos huelgas internacionales y un largo etcétera de prácticas subversivas que no van a lograr comprender porque no les interesan. Los fascistas vienen por todo de lo poco que se pudo construir. De lo poco que se pudo construir. Vienen por nuestras ruinas y la furia creativa brota desde ese dolor frente a la impunidad.

¿Qué fue de los documentos sobre las torturas en los manicomios en las dictaduras? ¿Cuándo van a darnos las cifras reales de las basuras que suceden adentro de los manicomios? ¿Cuándo los van a cerrar y cómo vamos a responsabilizarnos de que las personas encerradas tengan una vida digna en esta sociedad? ¿Por qué siguen insistiendo con que existieron «dictablandas» en algunos momentos de la historia? Jamás un estado de excepción es «blando» y ese fue el primer error de nuestra historiografía, creer que una dictadura puede ser plástica. ¿Qué es lo «blando» en este país: el terrorismo de Estado, la tortura, el encierro, la pedofilia de los curas, la complicidad de los gobiernos? ¿Por qué la libertad no es un problema de discusión política cuando la sociedad opta por olvidar su historia reciente, la más cercana, la cotidiana?

Esta sociedad da vuelta la cara frente a las puertas del Viladerbó y sigue omitiendo la existencia de las Colonias Santin Carlos Rossi y Etchepare. Ahora tienen nombres de centros de «rehabilitación» para «buscar» o «descubrir» quién sabe qué «cura» a la violencia y la pobreza que sume en la decadencia a una sociedad que prefiere lo mortífero de la melancolía de la rotes frente a otros presentes posibles. La patología de la disforia nos persiguey devenimos más trans que nunca porque todas las muertas que siguen silenciadas, porque morir a los cuarenta años es señal de precariedad totalizada.

Y siempre sosteniendo una tecnocracia acorde a la tolerancia neoliberal para gestionar al mejor precio del mercado nuestros dolores de empresarias de nosotras mismas. Todas prostitutas de Internet sin siquiera saber para qué trabajan para una empresa que vende metadatos y premia egos mediante algoritmos. Una sociedad que prefiere reclamar al Estado antes que discutir para qué quiere tener Estado y qué tipo de Estado desea luego de treinta y tres años de una república que sale de un proceso de terrorismo que aún mantiene en condición de desaparición, tortura y encierro a demasiadas memorias compañeras y se niega a hablar de reparaciones reales porque la seduce olvidarse, borrar con eletrochoques lo que no se quiere cambiar: anular, negar la diferencia.

Mañana estaré iré a protestar a un repudio al «fascista». Esa fue la motivación que hace que cuerpos muy diversos puedan caminar al lado y articular sus palabras, sus performatividades disidentes. Y si, las feministas, transfeministas y los putos antipatriarcales somos antifascistas. Las pobres, afros, las migrantes, las originarias y las diversas funcionales también somos antifascistas porque sus colonias son la peor mierda que pudo infectar esta parte del mundo y aún nos siguen jodiendo nuestras vidas, reprimiendo y saqueando todo.

¿Desde cuándo dejamos de desconfiar de las máquinas? Desde que usan trajes con corbatas para reprimir y polleras para decir misas.

La piratería hace que podamos navegar hacia otros horizontes interdimensionales muy distintos de los conocidos y que la hetero y homonorma se diluyan en un caos de subjetividades divergentes que profundizan la autonomía para habitar espacios donde la diferencia no sea oprimida.

Y si, la apostasía es necesaria cuando cualquier secta oprime, es una forma de fuga legitima frente a la totalidad de la violencia patriarcal-capitalista contemporánea. Naturalizar la lógica de cualquier pensamiento religioso es un peligro abismal para cualquier disidencia posible, siempre.

Bánquense el escrache.

#RepudioAlFascismo

#AntiFascista

 

 

 

 

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