Saltar al contenido

/// Diario de Femijedi ///

Investigación sobre ficción de diario virtual caótica y nómada

Del mercado del arte y sugerencias literarias

Publicada el 2018/01/31 - 2018/01/31 por Femijedi

Hace unos días hice un post en una red social para la que intento trabajar poco. El post decía lo siguiente: “Al menos a 530 personas les «gusta» esto. En vez de preguntarse qué lee Roberto Suárez, ¿nadie se pregunta qué hace Suárez laburando con Itaú? El arte y las financieras con sus fundaciones…” y luego anexaba un link a la mencionada sugerencia literaria.

Este post generó comentarios de intelectuales y artistas con argumentos diversos.

Siento un poco paranoicos los comentarios, a veces la hipótesis patriarcal se cuela tanto que se empieza a ver como enemiga a quien no lo es.

Eso reafirma varios puntos:

es muy difícil hablar de los artistas adultos en Uruguay

es muy fácil oponerse a una artista joven y mujer en Uruguay

es muy difícil hablar de políticas culturales en Uruguay

es muy fácil olvidar que esos agujeros siguen existiendo porque no proponemos nada

es aún más fácil plantear que es un problema complejo y, por ende, invisibilizarlo

Todo esto se agudiza si la artista también es artivista, si públicamente es hacktransfeminista antimanicomial, habla de autonomía y hace “cosas contra la Iglesia”.

 

¡Que vaya a trabajar esa bruja!

 

La defensa del arte mártir no me interesa: Suárez es un colega respetable, con una interesante trayectoria independiente, docente y artista cuya obra -en general- me gusta y voy a ver. No hay que agradecerle a un artista porque trabaje, lo hace como otra persona cocina y ese es su arte. Seguir sosteniendo que las personas que hacemos arte creamos algo maravilloso digno de reconocimiento es desconocer que todas las prácticas humanas que generan plusvalía son dignas de reconocimiento monetario. ¿Por qué? Porque Suárez es un trabajador, como yo, como todas, todes.

Habiendo dado cuenta de estas condiciones se comprende perfectamente que, como trabajadora de la cultura -al igual que Suárez- no estoy realizando un juzgamiento moral contra Suárez, sino que estoy planteando una discusión política que trasciende a su persona. Lo que se pone en evidencia es que el mercado del arte opera de formas insospechadas y, disculpen, pero nadie va a reprimir mis sospechas.

Lo que estoy señalando es lo que dice fielmente el post que realicé. Analisémoslo:

“Al menos a 530 personas les «gusta» esto”: 530 personas estuvieron pendientes de la fanspage de un banco y clickearon un post afirmando virtualmente -supongo que no son trolls porque son identificables- que les “gustó”. También hay algo del orden de “esto” en mi frase, una cosa, una nota de prensa de la parte cultural de un banco, un recorte de prensa, una sugerencia literaria, un banco que tiene una fundación que financia a artistas y muestras. Un metadato, un número transparente.

“En vez de preguntarse qué lee Roberto Suárez, ¿nadie se pregunta qué hace Suárez laburando con Itaú?”: no me interesa qué lee todo el mundo. Que alguien recomiende un libro en una página web de un banco significa que, al menos, tiene diálogo con el banco. No deseo hablar con quienes me saquean y oprimen, no tanto. Ya es bastante que tengamos que soportar que controlen todos nuestros movimientos monetarios en un mundo que sostienen por lavado de activos, trata, porno, armas, fármacos, encierro y especulación. No, es demasiado gore.

¿Suárez, la víctima, es empujado a laburar con Itaú? Puede ser, pero no construyamos mártires del arte.

Las prácticas artísticas no tienen nada que ver con el romanticismo melancólico de la clase letrada elitista uruguaya que accede a las obras de teatro y películas de Suárez regodeándose en cierta nostálgia de la Suiza de América que desea un Linch a la uruguaya. Basta con recordar la última gran obra de la cultural oficial en la que el actor participó y fijarse cuanto salía la entrada para darse cuenta de quienes pueden acceder a su arte, más allá de sus clases municipales. No seamos caretas. Suárez es un artista «popular» entre alguna gente que ha trabaja con él y está en el campo de las artes, lo conoce como docente o lo ha visto en pantalla y me parece muy bien que así sea, pero si su «reconocimiento» pasa por la «popularización» de sus sugerencias literarias tenemos un problema. Si depende de ser la cara de un banco hay un problema evidente. Suárez también es un jugador de fútbol santificado como el mejor que expone la erótica del patriarca-capitalista en su mayor expresión hasta la mordida: imagen, competencia, ficción (recuerdo tanta filosofía sobre fútbol y teatro que las nociones no dejan de acechar esta escritura y, aún así, haré el ejercicio de traducir algo de ellas). Hiparquía y Diógenes haciendo posporno en el medio del ágora, que bella imagen. Platón mirando desde lejos con asco. Aristóteles diciendo: déjenme dirigir la puesta en escena a mi. Nietzsche, Adorno y la música han sabido decir demasiadas críticas sobre el montaje colonial. Desconocerlo es optar por el espíritu absoluto y hay que hacerse cargo de las consecuencias…

¿Acaso hay políticas culturales dignas que le permitan tener el “reconocimiento” que «merece» como para “vivir de su arte” libremente? No, no las hay para nadie.

En un país que es un Estado tapón inventado por los ingleses, ¿hasta cuándo vamos a jugar con las caretas del amo? Nosotras no, menos nosotres.

¿Es necesario el reconocimiento? Si, las mujeres, las travas, las tortas, las bi, las inter, las discas, las locas, las trans, las negras y todo el putismo no patriarcal tenemos muy en claro que se nos juega cuando el amo no nos reconoce en lo más mínimo porque nos violentan todos los días de las formas más brutales y sofisticadas. ¿Será por eso que no podemos estudiar artes? ¿Será por eso que no podemos vivir de lo que deseamos? ¿Será por eso que seguimos sosteniendo el mundo feliz de los machos progres de manera silenciosa? ¿Este es un problema del Estado? Si, si tuviéramos un Estado con democracia directa real y ciudadanías integrales quizá no estaríamos viviendo en la república de los suicidas.

Hoy en el mundo es un problema político decir algo que no sea adulación sobre los actores. Todas las artistas feministas nos vemos expuestas a esto, es un problema cuestionar a quienes -como nosotras, nosotres- exponen sus cuerpos a construir ficciones. Es un problema visibilizar que su política nos violenta.

¿Acaso un actor letrado no puede darse cuenta de que está trabajando para un banco? ¿Acaso un artista no puede darse cuenta de que no debería legitimar esa forma de producción del arte porque sostiene lo peor del patriarcado-capitalista? ¿La legitima poniéndole el rostro? Si, lo hace.

He trabajado de manera independiente y con instituciones públicas. No tengo culpa ni la voy a tener porque no soy religiosa y vivo en una democracia delegativa, hago lo que puedo pero hay límites que son éticos.

¿Cuál es la solución? Políticas culturales dignas. El mercado nunca es una solución. ¿Es un problema de los gobiernos? Si y no. ¿Es un problema no poder acceder y sostener una educación autónoma sobre crítica de artes y formas de la cultura contemporáneas? Si, ese es el primer problema y depende de los poderes, no de los gobiernos. Los gobiernos ablandan o profundizan la violencia, aún no han podido construir otra forma de política por fuera de la representación.

Las fundaciones desembarcaron con su forma de gestión neoliberal del arte y comenzaron a enseñar que nuestros mayores espacios de libertad se pueden transformar en productos consumibles y transparentes a partir del marketing.

Recuerdo cuando me invitaron a un evento de innovación social y me negué a participar porque era una evidente pantalla de coaching en un recinto educativo público. No soy transparente, defiendo la autonomía, laicidad y gratuidad de la educación pública y la cultura. No me gusta la transparencia ni figurar sin una idea a exponer. La transparencia suele generarme el recuerdo de los gestos de Mussolini o Stalin, Trump, Temer, Macri, Pacheco, Novick, Lacalle Pou, Tabaré y el veto al aborto, la represión en Codicen…

¿Era necesaria la foto? Evidentemente para él y para mucha gente si. Para mi no.

En esta época espectacular es necesario figurar, aparecer, mostrarse, estar, decir qué lees, que no leés, que hacés, que comés, como cagás, como garchás, como, como, como… es necesario exponer todo para trabajar para la burbuja virtual, todo se tiene que saber en la sociedad que -paradógicamente- huye de lo que implica el saber y la duda.

¿Me interesa qué lee un actor que ni siquiera conozco más que por películas y obras de teatro? No. Las películas son buenas, no me interesa saber qué lee porque para mi no es un referente a seguir porque no me interesa esa política de cuadros, íconos, fetiches. Leo lo que deseo y puedo.

Si para saber qué lee un actor consagrado tengo que mirar la web de la fundación de cultura de un banco, prefiero no hacerlo. No es necesario transparentar todo como tampoco es necesario que un artista se exponga a crear esa visualidad para un banco. ¿Lo hace para sobrevivir? Asumo que si, pero hay millones de formas posibles.

Y si, es un problema político. Lo personal es político y tengo en claro que mis composiciones sonoro-visuales se pueden traducir de alguna manera porque trabajo en ello. La potencia de su resonancia siempre me sorprende porque es una pregunta ética por la política de mi intimidad: soy una artista que estudia ética. No pretendan que no deconstruya aquello a lo que le dedico mi existencia. No busquen obsecuencia y silencio en mi.

Dificulto que algún día logre sentir que el precio que se paga por mis obras sea el adecuado. Quizá ese día me dedique solamente a escucharlas y ya no desee compartirlas. Quizá por eso libero mis obras luego de escribirlas, estrenarlas o exponerlas. Quizá cobro mis clases autónomas según un criterio lógico y el diálogo sobre el trueque emerge. Quizá quienes hacen mis curadurías son artistas con quienes nos potenciamos para no invisibilizar a nadie. Quizá no trabajo en ficciones que no me desafían. Quizá hago curadurías por el sólo hecho de gozar el compartir un proceso artístico. Quizá laburo en la calle y me expongo. Si, me expongo por cuestiones éticas. Si, escribo filosofía por cuestiones éticas. No me expongo a todo, no expondría mis lecturas y mi imagen para un banco. No lo hago y no lo haría. Tampoco trabajo con directores violentos, actores que quieran enseñarme a dirigir y personajes obsoletos con olor a teatro burgués. Quizá no me interesan los precios porque hay actos que no se compran. Por ahora me gustan las criptomonedas y uso los espacios para hackearlos como puedo, sola o en manada.

¿Acaso realmente piensan que no sabemos ser estratégicas? Somos estratégicas pero no compitiendo, lo somos de una manera que ni imaginan, será por eso que devenimos delincuentes monstruosas frente a los amos religiosos y nos encierran las corporaciones médicas.

¿Un banco es hackeable? Si y no. Lo es, pero no de esa manera. Las raras no somos sumisas y estamos inventando todo el tiempo, creamos nuestras ficciones, no somos vanguardia ni buscamos utopías. Lo libertario no es el descontrol del tumulto ni el mártir sacrificial, es la precaria libertad de saberte y elegirte loca y viva gracias a vos misma, todos los días.

Aceptar dar una sugerencia literaria para la gestión de la cultura patriarcal-capitalista es propaganda de la más transparente. Una cosa es darle una nota a la prensa hegemónica para visibilizar una obra, problema o postura política importante y otra muy distinta es trabajar para la imagen pública de un banco. Hay que hacerse cargo del tiempo histórico en el que se sobrevive y de la política de la visualidad que se genera con nuestra imagen en el espacio de lo público. Vivimos en un pueblo, la demagogia está de moda y de lo común no se habla. Le erramos pero acá nadie está pidiendo la cabeza de nadie porque eso es lo que denunciamos, acá se está exponiendo un problema público sobre el estado de nuestra cultura.

En vez de preguntarse qué lee Roberto Suárez, ¿nadie se pregunta qué hace Suárez laburando con Itaú? El arte y las financieras con sus fundaciones…”

Mis tres puntos generaron un evidente escozor en algunas personas. A mi me generó escozor que me llegará esa propaganda a modo de spam. Quizá porque “Herzog por Herzog” fue un libro que me gustó gracias al regalo que me hizo un amigo que estudia el teatro anarquista. Quizá porque ese amigo fue el primer académico y crítico de teatro que se la jugó a reconocer mi escritura cuando edité mi primer libro en una editorial autogestionada del otro lado del río mientras en este país las obras siguen en manos de las cámaras corporativas. Quizá porque un obra de teatro que escribí hace cuatro años se estrena en otro país en pocos días porque acá no he podido sostener económicamente los procesos que implica un montaje digno. Quizá porque nos denuncian y nos cierran los centros culturales autogestionados del oeste. Quizá porque ese amigo ha sido de los pocos que sabe lo difícil que es para mi ser directora y hacer mis prácticas en una región-mundo donde el patriarcado-capitalista nos destruye todos los días. Quizá porque hay varones que realmente se deconstruyen y devienen antipatriarcales es que se visibiliza que los procesos de otros señores son bastante más lentos y llaman la atención generando decepciones políticas.

Navegación de entradas

¡Váyanse, lacayos colonialistas!
Memoria para el sindicalismo patriarcal
Funciona gracias a WordPress | Tema: micro, desarrollado por DevriX.