Con el telón de fondo de una suerte de institucionalización de nuestros feminismos al ritmo de transe catártico de la cumbia afectada por el hecho político de ser cantada por Natalia Oreiro -la paquita de Yuya, la Cenicienta-MuñecaBrava, la de la moda de «Las Oreiro» y la beneficencia caritativa de Unicef-, continúa la avanzada fascista en el Río de la Plata. Tengo prácticas internacionalistas e interdimensionales, obviamente poco me importan las fronteras, crecer en los márgenes permite la duda y si no sospecho de la realidad me aburro.
Claramente, la mística y religiosidad sincrética de los Latin American Studies y todo el tufo a centro-periferia-desarrollo coopta nuestra tercera ola feminista haciendo replantearnos el para qué, porque siempre la pregunta es sobre el para qué, en cada momento histórico, para qué noción de potencia, para qué noción de subversión los cuerpos se mueven, ¿hacia dónde?, ¿para qué la «marea feminista»?.
La pregunta sobre los por qué -en mi caso- es muy simple de responder: por mayor y mejor libertad y diferencias. Muchas, muchas diferencias. Soy libertaria, es lo único que puedo afirmar luego de 33 años de huir de todas las estructuras religiosas de la índole que sean, confesionales o seculares y progresistas, de hombres y mujeres. Binarias y aburridas. La puesta en escena de la monja o el cura junto al rebaño y cantar, cantar, cantar con la guitarra y las manos agarradas me deprime.
No soy moderna pero fui hija de una generación que lo fue. Esa generación tiene el poder. El gobierno lo gestiona -como puede y puede poco- un partido progresista al que no se puede decir demasiado más exponer el hecho de que no ha estado a la altura de las posibilidades que le brindó la democracia representativa para transformar la realidad como en algún momento deseaba teniendo las mayorías parlamentarias para hacerlo.
No se le puede demandar la revolución a quien nunca deseo ese camino. La revolución es una ficción que no me interesa. Tampoco es algo que se demande. Menos aún se puede pretender que en medio de la crisis global del patriarcado-imperial-capitalista hagan algo distinto a administrar lo que hay e intentar mantener estable el país que opta por el olvido frente a la impunidad. Hay que denunciar la impunidad del Estado cuando nos violenta y dejar de demandarle lo que nunca tuvo como horizonte porque no lo elegimos. Hay que metaforizar otros Estados posibles.
Utopía, Tomás Moro. Novela que sería interesante que Hollywood llevara a pantalla, sólo por el hecho de difundir quién era ese señor y por qué escribía lo que escribía. Una biopic pomposa no vendría mal para transparentar un poco de ese sueño americano y latinoamericano que se cuela por todos los rincones al ritmo de la mística de rituales conservadores y místicas paganas.
¿Por qué no vemos lo transparente?
Porque es necesario pertenecer. Pertenecer a algo, a alguien, a alguienes -comunidad, colectiva, colectivo, referencia, secta, séquito, pares, dirigencia, etc. Siempre nos permite vivir con una estabilidad complaciente porque sabemos que alguien «nos necesita» y «está». Nos da goce la dependencia porque estabiliza cierta identidad de víctimas del patriarcado-imperialista-capitalista y así podemos construir nuestras falacias lógicas con apelaciones a citas de autoridad cuando no sabemos argumentar, tenemos miedo a imaginar y sólo podemos depositar en otro cuerpos todos nuestros fantasmas, inseguridades y paranoias. Claro, como no ser paranoicas si nos matan. Justamente, nos matan porque somos paranoicas entre nosotras, entre las disidencias y no nos sabemos escuchar ni mirar corriéndonos de los privilegios que circulan en la ciudad. Ocupamos el lugar que desean que bailemos en la danza sumisa de la hegemonía cultural.
Basta con recordar a Marcelo Tinelli diciendo Ni Una Menos, basta con mirar el cumpleaños de 15 de su hija menor en Youtube y ver el despliegue de la niñez transformada en ícono adolescente al mejor estilo Disney. La consagración del sueño latinoamericano del éxito -macho y hembra que representan la absoluta transparencia de la violencia sostenida en el más profundo egoísmo ético- es responsable de la legitimidad, en términos de difusión pública, de los disparates de la cumbia “En la catrera” de la ex-playboy Mónica Farro, él le abrió la pantalla, él hizo que la escuchen.
Si, acceder a la televisión es importante políticamente.
Recuerdo sus peleas mediáticas con Claudia Fernández, recuerdo que estos cuerpos tienen hegemonizados los medios de comunicación sostenidos en la impunidad de la imagen pornográfica estupidizadora de la pantalla, medio de consumo cultural más importante del Cono Sur. El espacio público usurpado por la derecha. La posición de sumisión frente a la pantalla, la información creada para controlar la mirada y llevar la percepción y acción al estado más pasivo posible.
Mi mirada y escucha no dejan de hacerme sentir asco -mi gastritis obviamente se profundiza con los años- al realizar análisis de contenido televisivo en prime time. Hacer filosofía sobre las visualidades contemporáneas implica “consumir” lo que otros dicen que es “popular” porque, justamente, a esos otros les interesa que eso siga siendo “popular” para hegemonizar y decir que existe otra “cultura” que es “alta” y “mejor” y no, no es la del cante ni la de la villa.
Trabajo en el campo académico y artístico, la lógica del mercado meritócrata en la época de las empresas de datos es viscosa y, por eso, mi supuesto saber hace que mi fin justifique los medios frente a tanto poder para divulgar lo que no tiene sentido callar.
Soy cínica, si. Muy, cada día más. Cínica, nómada, caótica y libertaria. Frente al macho maquiavélica. Todo eso y mucho más. Loca, muy, siempre, hasta que se convierte en música y la libero. Deseo vivir de mis prácticas artísticas y filosóficas y por eso me declaré públicamente artista en huelga desde hace más de un año.
Es digno y no me importa lo que piensen de mi los “sí mismos”. Me aturden los “sí mismos”, la mismidad me asfixia. Dijeron “mujer” y todo se complicó. Frente al “pijismo” y “conchismo” soy hacker, pirata, mala, sucia y degenerada. Muy. Sobreviví tanto que poco me importan las luchas de egos porque no legitimo la mente, el alma ni nada que implique fetiche y pretenda ordenar mi locura.
Nunca transparento mis decisiones electorales ni me caso con ninguna comunidad, no sucede. Me gusta como habito los espacios. Soy indisciplinada, me voy de los espacios que me oprimen, a veces me despido, a veces no, mato vínculos, los dejo morir y reivindico mi derecho a ser la atea del lugar. Me expulsan en el mismo momento que me autoexcluyo. Por cautela, por lejanía, porque no postergo mis procesos por nada ni nadie. La que necesita irse, mover el cuerpo y desterritorializar frente a la posibilidad de burocratización de las formas.
Mi obsesión por la ética y la política en la estética de mi existencia me lleva a lugares inesperados de deconstrucción y declosión que hacen percibir en las manchas y los sonidos la bruma espesa de los discursos ideológicos y los aparatos de saber se erigen en pompas de jabón que siempre están llenas de espuma. Cuando explotan es porque chocan con las esculturas las encuadran. Esculturas, íconos, disfraces, performance, política.
La ideología es como el jabón líquido del cine que nunca sale y siempre te deja las manos sucias con la promesa de que la próxima vez vas a poder higienizarte mejor y cuidar tu salud si pagas una entrada más cara y así explotan mejor a las trabajadoras de la limpieza.
Las retinas filosóficas son filosas, dolorosas, solitarias y gozosas porque aunque los ojos se cansan, al menos, las manos teclean palabras que se componen para decir algo de mi historia y que no la cuenta otro. No me gusta la representación ni la ilusión del control.
Analizo según el momento histórico y el horizonte de posibilidades de acontecimientos políticos que logro inteligir con arreglo a deseos mutantes y desobedientes en el marco de una percepción “trastornada”.
A veces soy tan desobediente que me encuentran apoyando las que elijen o no vender sus prácticas sexuales y, al mismo tiempo, mediando para que otras comprendan que la autoconciencia no es imponible, respeten y acompañen procesos.
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¿Y mis deseos?
Mis deseos se diluyen junto a la música que compongo e interpreto.
Los actúo y mutan todo el tiempo.
Desarmo los laberintos de mi locura sin lastimar a nadie y suenan, suenan fuerte.
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Suelen criticarme porque escribo en “primera persona”. ¿Qué tipo de ficción esperan de mi? Lo personal es político, lo íntimo, lo privado y lo público son construcciones sociales del represor, del que define un género, del que patologiza y encierra. Denuncio las convenciones y las vuelvo plásticas hasta que se vuelven en contra de quien me dominaba.
El día que las transfeministas claudiquemos de la creación y el testimonio va a ser el día en que cada disidencia de la tierra pueda ejercer su libertad sin que una mayoría, del orden que sea, la aplaste. Si sabremos las que hacemos posporno sobre estigmas. Estamos demasiado lejos de eso, más de seis mil años del monoteísmo hegemónico lo explican, aún más años de politeismo imperial lo promueven. No soy teísta. Atea, sucia y molesta. Somos infinitesimalmente minúsculas en el universo.
En la época del Bosón de Higgs devenido en discurso empredorista fetichizado en la partícula de Dios, me reclaman que sea alguien que no soy. Demandan que represente y no, me niego a que me dirijan. Parece que no se entiende que realizo prácticas artísticas y filosóficas que son actos de apostasía públicos contra todos los amos y amas. Lo binario me sofoca, anclarme y estabilizar mi erótica me parece castrante. Y si, soy bien fumeta y pajera. La culpa y el pecado original someten los cuerpos a las peores manifestaciones de putrefacción de la sexualidad.
Me muevo sola porque soy sola y me elijo así. Pero lo común es un problema moral y para criticar morales hay que saber de ética. Y la ética es actos que escriben múltiples registros de nuestra existencia, la ética es singular.
No demanden que escriba desde otro lugar que no sea desde el ye, no el je francés, sino el ye, de Femijedi que se pronuncia Femiyedi como reapropiación sudaca y contestación a toda lengua de ciencia ficción. Me gusta lo geek como buena nerd que soy.
Mi ficción la construye ese ye y esta es una ficción de diario, una novela interdimensional, una poesía alegre, una molestia para el canon, el límite que el crítico no entiende y necesita encasillar.
No quiero competir, desde la escuela me oprime la disciplina de la norma, desde el ballet me oprime la disciplina de la blanca-flaca-rubia-princesa que debe ser idiota y hay que acosar o casar-cazar. Barbie sólo es interesante si se rebela contra la empresa que la fabrica. Barbie es todas las modelos. Y repito, la demagogia del fetiche me produce más gastritis.
Hubo momentos en los que me sentí expulsada. Un profesor de filosofía era catequista y me producía tanta violencia que como acto de rebeldía usé pantalones durante un invierno para prender fuego todas las polleras. Y ahí, las mujeres comenzamos a no pasar frío y usar lo que deseábamos. ¿En dónde? En la educación pública del interior con resabios de dictadura uniformada, en empresas educativas misioneras que abiertamente violan la laicidad todos los días y persiguen docentes. Claro, son evidentes las razones por las que no tengo trabajo en este país a no ser que lo autogestione o sea precarizado. La transfeminista loca que quiere democracia directa, cerrar cárceles y manicomios y expropiar todo lo que se roban las iglesias y corporaciones es el enemigo. Es mucho, es “muy de izquierda, demasiado” diría Mirtha Legrand, me lo han dicho tantas veces… Otra de mis figuras políticas preferidas para el análisis de prime time.
Pero no, mirar la televisión es muy popu.
Hay que mirar Internet, es la moda, es hipster, es lo que hay que hacer para ser parte, pertenecer, pertenencia, propiedad.
¿Y qué son las computadoras y los celulares sino máquinas?
¿Y desde cuándo confiamos en algunas máquinas y en otras no?
Yo no confío en ninguna máquina porque no elegí este cuerpo protésico.
Internet está hegemonizada por empresas que moldean la vida, nos gobiernan y oprimen. Los medios de comunicación todos están en la misma situación.
Me preocupa el mundo porque todo el mundo trabaja gratis para estas empresas y poco le importa. Lo importante es trabajar ocho horas esclavas en el encierro y llegar a la vivienda para seguir trabajando con el celular y la computadora para que el ángulo de la cara salga más sexy y conseguir que los “me gusta” se multipliquen y la burbuja sea más apta para reconfortar tanta inseguridad que es el caldo de cultivo de trolls -humanos y algorítmicos- que sostienen campañas políticas continua. Masas y necesidad de pastores informáticos.
Si, todo eso, grande e infinitamente inabarcable. Todo eso sin pretensión de universalidad. Todo eso global que me oprime. Todo eso que reafirma que las fronteras simbólicas y geográficas no son más que culturas ancladas a un territorio y la cultura no es más que eso, cristalización de costumbre que deviene ley, que deviene un nueva utopía.
Y yo no, no soy contractualista porque los mitos de origen siempre hablan del bien y del mal y animan cualquier cosa con tal de no asumir el sin sentido de la existencia.
La “humanidad” necesita fetiches y a mi me divierte más compartir mi vida con gatites.
Hoy la mujer que decidió que naciera y me crío me dijo: sólo tenés libros e instrumentos. Si, no tengo otro patrimonio. Patrimonio, museo, galería, exposición, colección, muerte, obra encerrada, muerte. Le respondí que me daban alas para poder escribir mis libros, componer mi música y nos reímos. Hablamos de la libertad.
El orgullo de la locura y la pobreza -lejos de las posiciones melancólicas y románticas irresponsables de regodeo en el dolor de lo roto- hace que siempre juegue con mi memoria para recordar de donde proviene cada una de las marcas de mi cuerpo y hacer con ellas lo que deseo.
La clase, la clase, la clase. La etnia mezclada, mestiza, robusta de molestias constestarias -desde los márgenes del margen- se lee por los amos y las amas como provocadora y violenta, es cómoda la discriminación por capacidad, color, lugar de nacimiento, genitalidad, goce y patologizar todo lo posible así la tapita de Coca-Cola se destapa en el cumpleaños familiar y la benzodiazepina se dirigiere más rápido y todos felices. Secreto de familia, secreto de hermandad.
Mi cuerpo no es mi territorio, mi cuerpo es la soberanía de mi subjetividad actuando y bailando entre excepciones. No quiero anclar mi cuerpo a una identidad que lo territorialice porque deseo dudar, elijo dudar.
Entonces no soy referente de nadie, no soy obsecuente con las sectas. Y no, no soy representante de nada porque nunca deseo hablar en nombre de nadie más que de mi, ye.
Femiyedi se dirige a un no-auditorio, compone su música para los oídos que la puedan escuchar y los que no que quieran que sigan, como cuando tocaba campanas en la calle y me ignoraban o insultaban diciendo feminazi. Sigan. Crucen la calle. No voy a respetar a quien no merece respeto. No soy liberal, no soy tolerante.
Sigan. Sigan las que hacen la peor música del Río de la Plata para que la cultura coital siga siendo la pedagogía que le permite a los narcos matar mulas y a los presidenciables vender escors y misses. Sigan hegemonizando todo. Las monjas de izquierda también crucen de vereda. Ni socialismo, ni comunismo, ni anarquismo. No me interesan los ismos porque mi cuerpo se siente encerrado en las estructuras viejas y empieza el dolor y cuando gozo el dolor cuando lo deseo, cuando lo elijo. Soy hedonista. Cuando no tuviste para comer aprendes lo que es el placer y nada tiene que ver con la competencia del consumo, su dinero, su mérito, su reconocimiento y aceptación. La marca del hambre es como la del manicomio, es deseable recordarla para saber de dónde se viene y qué fue lo que no se supo y adelantarse a la mimesis, a la repetición.
Y soy tan cínica que los machos-progres no saben como acercarse porque la mítica de la bruja los intimida. Y no soy bruja. Se acercan los antipatriarcas cansados de la demanda de ser el “revolucionario” y jugar al “hombre nuevo” porque ser Abraham, Cristo y todos los mártires oprimen sus cuerpos y son los que golpean-golpearon a las mujeres de sus manadas que los desearon o no, los que les dicen marikas cuando no compiten y les dan asco los videos clandestinos que exponen a las gurisas como trofeos a usar y desechar.
Tan cínica que siempre hay mujeres -de derecha e izquierdas- que prefieren depositar sus fantasmas en mi antes de dar discusiones políticas serias porque “nos matan”. Justamente por eso es tiempo de discusiones serias y menos reuniones de camarillas conspiratorias que ni siquiera asumen el arte de la confabulación política dignamente porque eso les hace «perder» su preciada instantaneidad pero reclaman presencia con disciplina castrense sabiendo que todas cumplimos dobles y triples jornadas. Parecería que lo personal no es político para todas. Habría entonces un nuevo margen de expulsadas por la consolidación de estructuras que fueron criticadas hasta el hartazgo pero ante la necesidad de masividad es necesario -para algunas- controlar.
Y nos matan porque no pueden ni desean hacer otra cosa. Pero ¿quién elije convertirse en femicida, ser lacayo de narcos sin siquiera llegar a la adultez, matar y suicidarse? Cadena perpetua. Cadena perpetua grita el tirano desde la pantalla de la cadena televisiva regional y golpista. Cadena perpetua y los militares impunes otra vez a la calle. Cadena perpetua y “el Guapo” -macho golpeador público- habla de causal por violación y femicidio.
El dilema de la ley: cristalizar la norma que se erige porque nos matan. Cristalizar que esta sociedad es cada día más decadente, obsecuente y sumisa. Cristalizar algo que deriva en el cárcel y manicomio. Erigir el psicópata, el trastornado, el loquito y el “negro” que se sostiene por los “planes sociales” para crear el escenario del saqueo mientras tomamos mates mirando “Está boca es mía” y Victoria Rodríguez sigue jugando a la neutralidad valorativa.
Claro, yo me retiro de los lugares que me oprimen, pero la gurisa que escucha el reguetón que suena en Radio Disney va a sacar la entrada para ver/escuchar a Osuna y Criminal se consagra como himno de la transparencia latinoamericana que vende todas las entradas en el país con transporte a precios europeos y feminización de la pobreza constante.
Agro, agro, agro. Agro premoderno de trabajo infantil, zafra de putas y golpes de trata. Agro de Asociación y Federación Rural “autoconvocada” para reclamar porque somos el almacén de materias primas del mundo. Claro, el puerto de esclavas y genocidas que celebra todo tipo de matadero y encierro. Todo tipo de domesticación y docilidad al ritmo de las propagandas de créditos.
Y no, no soy latinoamericanista, no me interesa la autoctonía y el sincretismo me parece infame porque no reduzco los problemas geopolíticos a donde están parados mis pies hoy, es una mirada absolutamente reduccionista y complaciente, es mágica.
Sororidad. Una gran compañera tiene tatuada esa palabra en su brazo. Sororidad que cuestiono cada vez que pienso en las olas y los peligros del aburguesamiento y burocratización territorial de los movimientos y sigo viendo como las mafias de machos y hembras celebran que sigamos legitimándolos como amos al colocarnos en el lugar de esclavas. Sororidad que se cae al piso y se defonda políticamente cuando se aplica un feministómetro a la que está sentada al lado, piensa diferente, no desea pertenecer a nada y sólo reivindica el respeto.
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Autocrítica necesaria.
Autocrítica subversiva.
De la que duele.
De la que requiere distancia física.
De la que se vive con distancia emotiva.
Corte. / Distancia. / Corte. / Dejar morir. / Irse. / Desterritorializar.
Tomar decisiones de repliegue y autocuidado.
Siempre.
Autonomía.
Autonomía.
Autonomía para todas las músicas.
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Rechazo, rechazo profundo a toda ficción de hermandad y matriarcado.
Rechazo profundo a toda ficción sostenida en la genitalidad de un cuerpo que no eligió existir.
Rechazo a todo vómito miedoso-melódico de no ser aceptada.
Rechazo a todo mantra de coaching ontológico o autoctonía chamánica.
Rechazo profundo al politeísmo tanto como al monoteísmo.
Rechazo a toda teología política impuesta por quien sea.
Rechazo al aparato sin importar su color.
Rechazo al aparato.
Rechazo al número, al demasiado, mayorías, demasiadas.
¿Qué tiene de interesante representar lo radical cuando esa es la demanda constante de quien se pretende amo para legitimarse como tirano?
Y me alivia, me alivia tanto que las malesas silvestres brotemos como hongos que infectan las pantallas de lectores y lectoras complacientes.
Enredaderas y telas de araña psicodélicas que no serán inteligibles para cuerpos perezosos y, menos aún, para rebaños patriarcales o matriarcales que buscan paz en las estructuras de los curas y pastores y encuentran soluciones mágicas en las brujas.
Rechazo al éxito del producto.
No me interesa agradar, nunca me interesó.
Jodansé, bánquensela.
Y, si lo desean, duden. En la puerta de la Iglesia me encontrarán tocando, actuando para crear arte y traducir algo de una filosofía política que deviene autónoma rechazando las pedagogías de todas las sectas místicas contemporáneas y sus empresas tercerizadas locales y rosadas.